lunes, 29 de marzo de 2010

Semana Santa




SEMANA SANTA

Estamos próximos a vivir uno de los momentos más intensos y significativos de nuestro calendario litúrgico: la Semana Santa. Así, en medio del ajetreo propio de este mes, como el inicio de las clases, el comienzo de las diversas catequesis, un sinnúmero de actividades y grandes desafíos por delante, la Iglesia nos ofrece la excelente oportunidad de celebrar los misterios de la salvación realizados por Cristo en los últimos días de su vida. Excelente oportunidad, además, para que todos los cristianos celebremos con fe y devoción la muerte y resurrección de Jesús, hechos centrales de nuestra fe que, una vez más, se re actualizan en el largo recorrido de estos 2008 años de historia.

No resulta fácil, en pocas líneas, profundizar acerca del sentido que este periodo tiene, más aún tratándose de lo fundamental de nuestra vivencia de fe. Sin embargo, veo necesario contar con una sencilla orientación acerca del sentido que ésta semana tiene, de tal manera que nos ayude a todos a sentir el paso del Señor por nuestra vida y nuestra historia.
Cuando el hombre vive una experiencia profunda, no la puede callar, por más que sea consciente de que sus palabras no lograrán nunca expresar la intensidad, viveza y plenitud de la experiencia. La experiencia de Cristo resucitado fue tan marcada en el alma de los apóstoles y discípulos, que necesariamente tenían que hablar de ella, a quienes no la habían tenido. Bueno, no sólo hablar de ella, sino también testimoniarla, es decir, proclamar su verdad, incluso, llegado el caso, con el sufrimiento y con la vida. Callar esa experiencia, hubiese sido una muestra de egoísmo imperdonable. Por eso, los cristianos, durante los primeros años, y como primer anuncio, eran monotemáticos. Lo único que decían era que "Cristo fue matado por los judíos, pero que Dios lo resucitó de entre los muertos". Todo lo demás gira en torno a este grande mensaje. No proclaman ideas, por muy bellas que puedan ser, sino acontecimientos vividos en primera persona. Esta experiencia de Cristo resucitado no fue pasajera, sino que llegó a incorporarse, por así decir, a su misma existencia en este mundo, y por este motivo, nunca cesaron de proclamar con sus labios y con su vida la resurrección de Jesucristo.

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