miércoles, 7 de diciembre de 2011

Celebración de la Inmaculada Concepción

 
  Alonso del Arco (1635-1704)

Iniciado ya el tiempo del adviento, celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, dogma definido por el papa Pío IX en 1854. La Iglesia festeja hoy a Cristo y a la Madre que fue liberada del pecado en previsión del Hijo; ella es la novia adornada con el traje más hermoso y las joyas más preciosas (cf. antífona de entrada); ella es la «llena de juventud y de limpia hermosura» (prefacio). 

Como no podría ser de otra manera, el relato evangélico nos sitúa en la intimidad del hogar de Nazaret donde la joven desposada con José recibe la visita sorprendente del ángel; desde el «hágase» de María, el destino de la humanidad comienza un nuevo camino, pues ella posibilitó la acción de Dios encarnado.

Dios, en su designo de amor sobre cada uno de nosotros, «nos ha elegido desde antes de la creación del mundo» y «nos ha destinado a ser sus hijos» (segunda lectura); pues bien, esa predilección por sus criaturas, por excelencia se ha cumplido en María liberándola del pecado para preparar el nacimiento de Cristo: «Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de tu Hijo» (prefacio).

Un elemento recurrente en las lecturas y en la eucología de hoy es la dialéctica entre el pecado y la gracia de Dios. María no sólo fue la beneficiaria de un privilegio especial de Dios, sino que ella es «comienzo y madre de la Iglesia» y «ejemplo de santidad» (prefacio) y por eso todos los seguidores de su Hijo estamos destinado a vencer el pecado. Por esta razón pedimos la ayuda de Dios: «así como a ella… guárdanos también a nosotros limpios de todo pecado» (oración sobre las ofrendas), «para llegar a ti limpios de todas nuestras culpas» (oración colecta). Para ello, la Iglesia pide la intercesión de quien es la «abogada de gracia» (prefacio) y celebra cotidianamente la actualización del sacrificio de Cristo y banquete de vida eterna, que nos ayuda a luchar contra los efectos del pecado del que fue preservada la Virgen María (cf. oración sobre las ofrendas).
En toda celebración de la Iglesia, Cristo es siempre el festejado. En el contexto del adviento, la presencia de María nos invita a esperar y preparar su venida de su Hija como ella lo hizo. Al mismo tiempo, esta fiesta de la Inmaculada es una llamada a la santidad de vida que sólo podemos encontrar en Cristo como lo hizo ella: «el pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador»
(Juan Pablo II, Audiencia del 29-V-96).


1 comentario:

Amor Paz Armonia dijo...

María Juanita gracias por esta publicación que me recuerda la entrega y amor de la Virgen María y su aceptación a la voluntad del Padre.
Hoy que es un día importante para tí, deseo que sientas las bendiciones que tu mami sigue enviándote desde el cielo.
Un abrazo
Pilar